Fotos: Internet
Me acuerdo muy bien porque eran los primeros meses de la pandemia, mucho antes de que me emancipara, y también porque cuando vi a Dzul desde la puerta, ahí parado tras la reja sobre la banqueta, listo para que me acercara a preguntarle cualquier cosa sobre su vida, flasheé y ni siquiera lo invité a pasar. Ni un vaso de agua le di.
El también escritor e ilustrador nacido en Tabasco vivía en Mérida en esos tiempos pandémicos y fue hasta la casa de mis papás para entregarme, como cualquier ‘nenis’, sus libros de cómics “Existir es de nacos” y “Mi mundo idial”. Dos joyitas.
Contacté a Dzul directamente por Instagram, me dijo cómo estaba la cosa y yo desembolsé con todo y costo de envío. Pero unos mensajes después, cuando al fin le dije que yo también vivía en Mérida (¿por qué lo hice tan tarde?), me dijo que podría llevarme los libros a casa, así que acordamos la entrega.
Para ese momento Dzul ya era muy conocido en redes sociales por sus monos y por uno que otro cuento publicado. Por lo poco que sabía de él se supone que era un tipo tímido, y por lo que podía sacar de sus dibujos se trataba de alguien con opiniones y motivaciones bastante honestas, pues él mismo dijo en una entrevista:
“No sepo hacer nada más. sólo sirvo para hacer arte. me tiro un pedo y ya hice arte. no lo puedo evitar”.
El humor de Changosperros me conquistó desde hace varios años por su representación de los placeres y desventuras de los millennials: los temores paranoicos, los corazones rotos, los corazones en una pieza, el trabajo, los amigos, la soledad, y bueno… todos los sentimientos y emociones que se desprenden de nuestra naca existencia, con la ironía y humor absurdo como toppings principales.
También destaca por las historias de amor que le envían sus fans y que convierte en cómics (a las que llama lovstoris y que recopiló en un libro).
Me reía y me sigo riendo puntualmente de todos los cómics de Changosperros en Internet, pero tener su cómics en papel, por el fetiche que tengo hacia las cosas impresas, ya era para mí una relación artista-receptor que, como diría el comediante Coco Celis, fue todo un momento estético.
Quizás fue por eso que cuando lo vi en la entrada de mi casa, con cubrebocas y una careta, no le estreché la mano y ni siquiera le pedí que me diera su autógrafo. Hoy si lo tuviera de frente le invitaría una cerveza, unos Charritos y le haría preguntas sobre sus monos, pero en ese momento no hice nada. Fue uno de esos extraños momentos interesantes en la vida en los que a uno solo se le ocurre qué decir horas después de que pasaron.
En los pocos segundos que estuve con el monero sensación del 2020, solo alcancé a intercambiar una que otra palabra. Fue muy amable, aunque no pude ni verle bien la cara porque había que andar bien tapados. Me sigo preguntando por qué ni siquiera le pedí una foto, ¿me habré visto muy frío? ¿Será que después de ese momento, Dzul hizo alguna reflexión sobre el arte como objeto de consumo?
Ese mismo día, después de procesar que vi a Changosperros en la puerta de mi casa y no me hice su mejor amigo, surgió una nueva fantasía para nuestra relación artista-receptor: que un día me lo iba a encontrar en alguna FILEY u otro evento y le iba a contar que me visitó en mi casa para entregarme sus libros, que no le había dicho que era mi cumpleaños y que me habían encantado los monos impresos. Luego, ahora sí, le pediría su autógrafo y chance podríamos tomarnos una chela.
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Pero algún tiempo después supe que Dzul ya no vivía más en Mérida, que se fue a la CDMX y estaba dando talleres de dibujo, pero sigue haciendo cosas de artistas desesperados y el año pasado lanzó un libro de cuentos, “Choto”, que tengo muchas ganas de leer, pero que no he querido pedir por Internet porque me urge contarle mi historia. Puede que termine en uno de sus cartones. Igual y le da hueva.
Mientras tanto seguiremos existiendo. Algo naquísimo, por cierto.
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