El periódico de sátira, burlesco y de extravagancias D. Bulle Bulle cumple 174 años de su lanzamiento, engalanado por la obra cumbre del artista del grabado Gabriel Vicente Gahona “Picheta”.
Texto: Carlos Luna
Mérida, Yucatán.- “En nuestra sociedad hay costumbres, personas, y otras mil cosas tan ridículas que su ingenua y desnuda pintura basta para mover a risa al hombre menos risueño“. Nini Moulin, “Mi amigo don Tadeo“.
El 15 de abril de 1847 se publica en Mérida, Yucatán el primer tomo del diario satírico y de extravagancias D. Bulle Bulle, que dejó una huella poco conocida en la historia de la crítica política y social en el estado e inspiró, a través de la irreverencia de sus redactores, la obra más destacada del prominente artista del grabado Gabriel Vicente Gahona “Picheta”, a quien la historia le ha hecho tan poca justicia.
Es imposible separar a Don Bulle Bulle de Picheta. Las decenas de grabados en madera de zapote con los que ilustró las burlas y el sentido del humor afilado del diario satírico lo colocaron como uno de los mejores, o quizás el mejor grabador del México del Siglo XIX.
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Junto con Gahona, varios jóvenes meridanos ilustres dieron inicio al que sería el primer periódico de su tipo en la península.
La vida y trayectoria de Gahona la dejaremos para otra ocasión, pues merece tener su propia entrada en Voces Libres. En su lugar trataremos de dar una muestra de los temas que los redactores del diario burlesco atinaron a hacer sobre la vida y la próspera sociedad meridana de mediados del siglo XIX, reflejo del progreso y de la prosperidad de la agricultura del oriente del estado.
¿De qué se hablaba en D. Bulle Bulle?
El primer tomo, que cumple 174 años de su publicación, nos presenta el estilo humorístico afilado del D. Bulle Bulle que aprovecha el contexto de la Mérida (blanca) distanciada de los problemas del resto de México e indolente ante los abusos contra los indígenas mayas que ese mismo año desataría la Guerra de Castas.
En sus primeras páginas, el diario nos introduce en la ficticia “isla ubicada entre Cabo Catoche y la Siberia” habitada por una sociedad de monos ignorantes:
“Para la desgracia de aquel país, una ocasión fueron arrojados a las costas un político, un filósofo y un poeta, tres monazos, quienes tomaron a su cargo el caritativo empeño de ilustrar a sus incultos semejantes“, se lee en la introducción.
El estilo caricaturesco del D. Bulle Bulle combina artículos de costumbres, cuentos, poemas, ensayos y obras de teatro que hablan sobre la Mérida distante de los problemas de la nación (menos de 30 años desde la guerra de independencia). En esta extraña capital del sureste prevalece el gusto por las peleas de gallos, las visitas al teatro, los eventos musicales y la lectura de libros y periódicos.
Este aparente estado de progreso era la tela que los bulliciosos redactores del diario satírico buscaban romper para hacer denuncia de temas tan variados e inacabados como el malinchismo del mexicano, la ineptitud y la corrupción de los gobernantes, las contradicciones de la conservadora sociedad meridana y la difícil vida de quienes se dedican al arte de escribir e informar.
Los redactores
¿Quiénes eran estos jóvenes leídos y liberales que administraban dosis de humor ácido semanal? Hasta donde sabemos la base eran Picheta, José Antonio Cisneros, Pedro I. Pérez Ferrer, José García Morales y Fabián Carrillo Suaste, todos futuros escritores, poetas, y políticos importantes que en ese momento tenían entre 21 y 23 años.
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Para no atraer el escándalo a sus puertas los autores firmaban sus artículos como “Nini Moulin“, “Fabricio Niporesas“, “Federico Mentirola“ o “Fray Cleofas Pepín“, seudónimos que entraron en el imaginario popular como los irreverentes que criticaban al gobierno y la actitud de los blancos y mestizos ante el despojo y la total marginación de los indígenas mayas en la vida política y social de Yucatán, entre otros temas.
En “¡Oh, qué dicha la de ser extranjero!“, Nini Moulin nos dice:
“En Washington se adora el dinero y en México a las capuchas. ¿Por qué en otras ciudades no se había de dar culto a otras cosas con preferencia a todas las demás? En cierta capital, por ejemplo, ¿por qué no se ha de rendir adoración a cuanto nos viene de fuera? ¡En Mérida… Oh, qué dicha la de ser extranjero!“.
En “Aquí hay de todo“, Juan de Ulúa reclama a los comerciantes que se hacen ricos a partir de la explotación del indígena y que a cambio no les facilitan ni las medicinas; en «Habrá toros“ Nini Moulin describe, no sin cierta amargura, el espectáculo de la corrida de toros en la fiesta de Santiago:
“Llega el día no menos esperado por el noble que por el plebeyo. El gran circo de tablados, hecho de empalizada, hecho de empalizada y de bejucos, con su cubierta de hierba o palmas de guano y con su frontis haciendo arcos, se empieza a llenar de espectadores, cada uno de los cuales paga alguna cosa; pues en Mérida no sucede lo que en los pueblos del interior, donde todo el mundo ve gratis los toros“.
“Encuentro con Don Aniseto Incrédulo“, uno de mis relatos favoritos, es una crítica a las carencias de la ciudad a través de don Aniseto, quien desciende en globo aerostático en un barrio céntrico, ansioso por ver la modernidad de Mérida tras una década en el extranjero, pero que termina decepcionado tras un diálogo con Fabricio Niporesas:
“Como todo son gastos y francachelas, es imposible que podamos dar un paso adelante. Si se ofrece hacer esto, aquello o lo otro de interés público, “no hay dinero”, responde el gobierno; si se trata de proteger la industria y otros ramos, dejándolos libres de impuestos, “no hay dinero, y de alguna parte se ha de sacar”, responde el mismo gobierno“.
Quien hojee las páginas del D. Bulle Bulle encontrará títulos curiosos como “La nariz de Picheta sale a la palestra“ e “Ingeniosa invención para conservar entre los esposos el amor que se profesan“; otros con un sarcasmo afilado hacia lo político y social como “Ser lo que no es“, “Lo que se me antoje“ y la obra en un solo acto “La sobrina del tío Bigornia“.
Las relaciones entre hombres y mujeres, con el caduco toque de romance y misoginia de la época, son objeto de burla en “Esto sí que es curioso”, “Epigrama“, “El Baile“ y “ “Absolución a Genovevo Palasuya“.
Maclovia Orosus, al parecer la única mujer que colaboró como articulista en el diario bullicioso, publicó su “Carta a los redactores del D. Bulle Bulle“, donde se queja de las críticas del grupo a las mujeres meridanas haciendo mofa de las costumbres de los hombres.
El diario bullicioso logró ser lo suficientemente bullicioso para que la gente lo leyera durante 33 semanas de 1847, en las que fueron publicados dos tomos con dieciséis y diecisiete entregas en total. Se calcula que hubo unos 30 colaboradores, aunque no sabemos exactamente el nombre y cantidad de las plumas que usaron el diario para burlarse de cuanto veían y escuchaban en la calle.
Guerra de Castas y fin del Bulle Bulle
El triste final de Don Bulle Bulle fue impulsado por el abandono por las críticas de la iglesia, la relación cada vez menos enemistada con el gobierno y el abandono de los suscriptores y de la mayoría de los autores, además del inminente estallido de la Guerra de Castas, el levantamiento indígena que marcaría la historia de nuestro estado.
Los primeros hervores del conflicto armado también fueron material de trabajo para los críticos del D. Bulle Bulle, que utilizaban un tono más serio y preocupado para hablar de la desigualdad entre los blancos y el pueblo maya que estaba a punto de reclamar su lugar en la vida política y social a través de las armas.
Querubín Bequetiras expone una conversación racista que escuchó entre “un eclesiástico, un militar y un licenciado” en Cuestión del día. El militar pide “fusilar a cuanto indio se encuentre”, el eclesiástico cita un supuesto pasaje de la Biblia para justificar la supremacía blanca y el licenciado pide que sean aplicadas las «leyes españolas”.
“Guardia Nacional“ es una crítica a la mala organización de las fuerzas de defensa de los conservadores, integradas por artesanos de todos los oficios y no por gente con entrenamiento para combatir a las “tres cuartas partes de la población peninsular se alza para disputarnos, no ya el mero hecho de gobernar, (…) ni nuestros bienes, ni nuestra vida solamente sino todo junto”.
El diario bullicioso concluye su historia con un texto de despedida titulado “D. Bulle Bulle y el año 1847”, que resume la biografía de Don Bulle Bulle y presenta el testamento que este dejó después de su muerte. El texto viene acompañado de un facsímile de la firma de Jacinto Pat, “uno de los principales caudillos de los indios sublevados”.
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