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Don Carlos acude cada 15 días al Cementerio de Mérida a limpiar el mausoleo donde sus restos descansarán

Cada 15 días don Carlos Leal acude al Cementerio General de Mérida a limpiar el mausoleo donde están los restos de sus padres, abuelos y tatarabuelos. Lo prepara porque sabe que algún día sus restos también descansarán en ese lugar.

Texto y fotos: Leandro Chacón

Mérida, Yucatán.- Cada 15 días don Carlos Leal tiene una cita en el Cementerio General de Mérida. Llega antes de las 9:00 de la mañana, estaciona su viejo Nissan Tsuru Vagoneta sobre la avenida de los Mausoleos, se acerca a una llave y llena de agua un recipiente de plástico amarillo que en su momento almacenó algún tipo de líquido para autos. Baja de su carro una escalera y se interna en uno de los cientos de pasillos que tiene el camposanto.

Cuando por fin llega a su cita, en el módulo 11, don Carlos acomoda su escalera en el segundo mausoleo de la fila, deja en el piso el recipiente de plástico amarillo con agua y una pequeña cubeta con brochas, una espatula y varios objetos para pintar y limpiar. Lo primero que hace en su cita es agarrar su coa y empieza a retirar la hierba que ha crecido en las últimas dos semanas. “Debemos preparar el lugar donde estaremos”, dice.

Un bote de herramientas y otro con agua potable dan vida a un mausoleo del Cementerio General.

En el módulo 11 hay una fila de mausoleos y de todos, destaca uno. La base es de granito de color café y verde. En el costado izquierdo hay una figura blanca que representa un ángel que tiene agarrado un ramo de flores. En el costado derecho, la misma figura, pero sin alas. En medio, la figura de Jesucristo con los brazos extendidos y abajo se puede leer con letras verdes: “Mausoleo de la familia Leal-Herrera”.

Don Carlos deja su coa, se pone de pie y me cuenta orgulloso que el lugar es sagrado para él, porque allá están enterrados sus padres, sus abuelos y tatarabuelos. En el retablo del mausoleo hay seis tumbas. Están enterrados más de 100 años de legado familiar, motivo suficiente para que el hombre acuda cada 15 días para mantener limpio ese vínculo familiar que lo une en vida y que lo unirá cuando deje este mundo terrenal.

Don Carlos Leal acude cada 15 días al Cementerio General de Mérida para darle mantenimiento al mausoleo de su familia.

Cerca de él, a unos módulos de distancia, hay otro hombre que también está dándole una “manita de gato” al mausoleo de su familia. Con pocas palabras me comenta que no está interesado en una entrevista y regreso con don Carlos, quien me dice que es una tristeza que sean pocas las personas que se interesan en darle mantenimiento a los mausoleos. “Si te das cuenta, son pocas las personas que vienen”, me dice con la coa en la mano.

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Así como suele heredarse la pasión y el amor hacia un equipo de fútbol, para don Carlos, la atención y el mantenimiento que puede recibir un mausoleo también tiene que ver con la herencia que un padre le puede dejar a su hijo. “Cuando era niño mi papá me traía. Me sentaba y, aunque no hacía nada, veía cómo desyerbaba y honraba a mis abuelos”. Sin darse cuenta, el hombre también está replicando lo que su padre hacia con sus abuelos.

“Es un vínculo familiar entre mi padre que ya falleció y yo, que soy su hijo. Venir y darle mantenimiento al mausoleo es una forma de honrar a mis antepasados, pero, sobre todo, lo hago de corazón”, comenta. Tal y como lo hizo su padre en su momento, don Carlos también quiere que sus hijos hagan lo que él y su padre hicieron con el mausoleo. “Es una forma para que mis hijos hagan lo que yo realizo, pero cuando yo no esté”, me dice.

Cada vez es menos la gente que acude al Cementerio General de Mérida para darle mantenimiento a los mausoleos.

Aunque la mayoría de los mausoleos del módulo 11 están olvidados y entre maleza alta, mi entrevistado se emociona y me dice que todavía le sorprende ver cómo el mausoleo de su familia sobresale. “Está bonito; realmente me encanta verlo. Es hermoso y lleno de vida en medio de tanto abandono”. Antes de irme, le pido permiso para tomar unas fotografías, mientras él se vuelve agachar, prepara su coa y continúa desyerbando.

La última vendedora de flores del Cementerio General de Mérida

Durante mi recorrido por el Cementerio General de Mérida, sobre la calle 66 Diagonal, se puede observar al menos tres puestos verdes destartalados. Antes de la pandemia del Covid-19 estaban ocupados por vendedoras de flores. A poco más de un año desde que inició la contingencia, ninguna mujer regresó y los que acuden al camposanto y desean comprar alguna margarita o clavel, deben ir con doña Lupita, la última vendedora.

Mientras prepara un arreglo floral y en medio de flores de varios colores, la mujer se coloca su cubrebocas y accede a platicar con Voces Libres. Doña Lupita me dice que ella regresó a vender en noviembre de 2020. Se quedó siete meses sin empleo, pero su retorno al Cementerio fue un fracaso porque no vendía nada. Decidió probar suerte afuera y ahora la suerte le sonríe un poco, me confiesa con tranquilidad.

Doña Lupita es la última vendedora de flores del Cementerio General de Mérida.

Luego de preguntarle sobre los puestos abandonados dentro del camposanto, la vendedora me dice que era cuatro mujeres las que vendían, pero dos de ellas murieron por coronavirus y la tercera no ha regresado a vender, por lo que ella es la última vendedora de flores del Cementerio General. Aunque a veces no vende nada, tiene fe que la situación mejore. “Hay que seguir viendo hacia adelante”, me dice mientras sigue con el arreglo floral.

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Para Lupita, la poca afluencia de gente no se debe a la contingencia sanitaria: “La gente no viene porque sepa que va a llegar y se va a encontrar con muchísima gente, simplemente ya no vienen y sus motivos tendrán”. Aunque casi ya no va gente, la mujer se sigue preparando para vender margaritas, pompones, codorniz y claveles. Cuando volteé a verla mientras me retiraba, ya estaba mostrándole sus mejores flores a una clienta.

Esta nota fue pensada y elaborada por el equipo de Voces Libres. Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor.

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