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Los últimos pobladores de la Amapolita de Chenkú

En la colonia Amapolita de Chenkú, en la calle 54, hay ocho familias que podrían perder el hogar donde han vivido más 20 años. El amparo que metieron para parar el atropellamiento, fue rechazado.

Texto y fotos: Kattia Castañeda

Mérida, Yucatán.- “¿A dónde nos vamos si nos quitan nuestro hogar?”, es la pregunta que todos los días se hacen ocho familias que viven desde hace más de 20 años en la calle 54 de la colonia Amapolita de Chenkú, al poniente de la ciudad de Mérida

“No tenemos para pagar una renta”, agregan las vecinas y los vecinos que, en lo que va del 2021 y en años anteriores, han sido visitados por personas que, al saber que no cuentan con títulos de propiedad, intentan desalojarlos

Los vecinos recientemente metieron un amparo para evitar que más personas sigan aprovechándose de la situación, pero el juez se los negó al no encontrar suficiente documentación que acredite que viven allí; a ellos sólo les llega a su nombre recibos de pago de luz y agua. 

Estas son sus historias: 

Miguel Molina ha sufrido dos infartos, tiene un marcapasos y vive preocupado por el patrimonio de su familia.

Miguel Molina Cetina, sentado en la terraza con la camisa semi-abierta por el calor que azota en la península de Yucatán, tiene el rostro serio, está preocupado. El hogar en el que vivió más de 20 años, podría abandonarlo en algún momento, junto a su familia porque no cuenta con el título de propiedad. 

Un porche de láminas, varias piezas de blog y una de madera, es lo que ha construido en el lugar, donde día y noche convive con su esposa Reyna María Euán Euán y varios de sus hijos. El más pequeño es de 11 años. “Es humilde, pero es mi hogar”, indica.

Su pareja llega de comprar y cargando al nieto, dice que ella lleva más años que Miguel en ese terreno. Su madre fue quien lo obtuvo al trabajar para Lucy Barragán en la hacienda San Juan Bautista, ubicada en la calle 33 A esquina entre 52 y 54 de la colonia que tiene el mismo nombre.

La madre de Reyna trabajó para Lucy Barragán, quien fue la que le vendió un terreno.

“Mi madre trabajó para ella (Lucy) y con su servicio le pagaba o se lo rebajaba de su sueldo. Lo apuntaba en una libretita”, la cual no saben dónde quedó. 

El miércoles 7 de abril de este año, Arturo Totosau acudió a la casa de Miguel y Reyna, ubicada en la calle 59, y les dijo que él era, desde hace 10 años, el dueño del terreno, donde construyeron, y les dio tres días para desalojar.

La pareja que se dedica a vender chatarra para poder comer, porque ya nos les dan trabajo, debido a su edad y a la pandemia del covid-19, menciona que hasta el día de hoy el hombre que los visitó no ha ido y viven preocupados por la amenaza que les dejó, que si no desocupan, podría sacarlos a la fuerza.

Cecilia perdió su hogar y ahora vive con sus padres, quienes podrían perderlo todo, ante recientes visitas de despojadores.

Esta situación podría enviar a Miguel a la tumba porque ha sufrido dos infartos y es un marcapasos que, al ritmo del tic tac, dirige su vida, pero: “Me preocupa Reyna, porque tiene los nervios alterados y disentería y mi hijo más pequeño, qué va a ser de él”, dice el afectado.

Cecilia Euán, hija de Reyna, parada en su antigua casa que está en abandono y vandalizada en compañía de sus familiares, menciona que también fue víctima de la mafia inmobiliaria. Triste expresa que hace cuatro años la perdió: “Me la quitó un señor que se apellida G. Espadas”.

“Nos dijo que ellos tenían los documentos, pero ya ve que ahora todo es comprado, es corrupción y ya, nos sacaron”, agrega “Ceci”, quien se pasó a vivir con sus padres y ahora está reviviendo lo que le ocurrió hace unos años, cuando sus hijos eran más pequeños. 

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A María Luisa Cauich Cauich le duele que personas desconocidas quieran quitarle el hogar donde vivió más de 20 años.

Los vecinos las conocen como “Las mayitas” porque, de los 23 años que llevan viviendo en la calle 54 de la Amapolita de Chenkú, nunca han perdido su identidad, tampoco sus costumbres y/o tradiciones. María Luisa Cauich Cauich es quien lleva el mando del hogar que construyeron humildemente.  “No te digo que es elegante, pero aún así, tenemos algo de material”, dice.

María es originaria de Tetiz, un municipio que está a 50 minutos de Mérida. Cuando llegó a la colonia, que pertenecía a la hacienda San Juan Bautista, “esto era monte. No había carreteras. Sólo con bicicleta podíamos entrar. No había ni agua ni luz”, comenta. Su hija, quien vive a un costado de ella, lo afirma.

María Luisa considera su hogar como un “nido” y si se lo quitan, no sabrá dónde ir. Ella es originaria de Tetiz.

La situación de despojo que, así como sus vecinos, está viviendo, le duele. Un tal Julio Uc es el que se le acercó para decirle que perderá su propiedad que es “como su nido” porque ahí viven hasta los nietos de algunos de sus 11 hijos que, en ese momento se mecían en su hamaca, por el calor que azota. 

En una pieza de block, María Luisa, una mujer de la tercera edad, agrega: “Yo no le debo a la doña (Lucy Barragán). Ella dijo que si queríamos los terrenos que lo paguemos y nosotros estuvimos de acuerdo, no lo negamos”.

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Luisa es la hermana mayor y cuida a sus hermanas, mientras su madre va a trabajar. Igual han intentado despojarlas.

A un costado de la casa de María Luisa, vive una familia numerosa de mujeres. La madre, no se encontraba, se fue a trabajar, pero la hija mayor, Luisa, sí. Dice que la situación de despojo que están viviendo desde años atrás sí les preocupa mucho porque “en un momento dado, nos quedamos sin casa y no tenemos a dónde ir”.

Cargando a una de sus hermanas menores, menciona que: “Han venido a preguntar por nombres y cuánto tiempo llevan viviendo acá (en la calle 54), pero mi mamá es la que los ha atendido”. 

Con una sonrisa tímida, Luisa no dice más. Se voltea y continúa observando a su vecina que está cortando verduras y limpiando un pollo entero, quizá para su almuerzo. 

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Ranulfo llegó a vivir a la Amapola de Chenkú hace 27 años. Mirna, su pareja, hace unos 10.

Ranulfo Selmo Gil tiene 27 años viviendo en la Amapolita de Chenkú y aunque no habla mucho, apoya a su pareja Mirna Canul, quien resalta que a ellos les ha llegado una demanda de desalojo.

“No puede ser que nos llegue una demanda a mí y a él, diciendo que nos iban a desalojar en 2020”, dice la entrevistada en la sala de su hogar. 

Una licencia es la que les ayudó a responder la demanda y quien estuvo investigando sobre el caso ante el Catastro Municipal. “Y apareció que (Julio Uc) no era el dueño. A él le donaron los terrenos y no sabía que estos ya estaban habitados. O sea, él nunca compró nada como vino a comentarnos”, menciona.

Mirna teme que personas desconocidas entren a su casa y la lastimen. Cuenta que en una ocasión ya le pasó.

Mirna y Ranulfo, la pareja que paga agua y luz a su nombre, así como sus vecinos, sienten temor que desconocidos entren a su hogar y los agredan. Cuentan que ya les pasó. Una persona que no era Julio Uc, aunque éste en una ocasión los visitó, entró y los amenazó.

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Antonia Selmo Gil sueña con tener un bello jardín, pero no puede lograrlo por temor a perder su vivencia.

En el predio número 500 de la calle 54 vive Antonia Selmo Gil. En la entrada, tiene flores de colores y varias plantas medicinales. Le gusta mucho sembrar, pero no puede diseñar el jardín de sus sueños. Tampoco arreglar su casa. Tiene miedo que se la quiten y pierda todo.

“Todos tenemos miedo que, así como la familia de Reyna Euán Euán, nos vengan a quitar nuestras casa porque no tenemos a dónde ir. Lo único que podemos hacer es defender nuestras cosas”, dice la hermana de Ranulfo Selmo Gil.

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Al igual que los otros afectados, Antonia dice que hace 20 años le pagó 15 mil pesos a Lucy Barragán, pero nunca le dio el título de propiedad, por lo que durante años ha recibido amenazas.

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Sugely fue despojada a principios de 2021 de su hogar. Vecinos dicen que luchó y perdió mucho dinero para que eso no sucediera.

El último despojo que se vivió en la Amapolita de Chenkú fue en enero de 2021. Los vecinos indican que la señora tenía pocos recursos y defendió su propiedad durante años. “Metió amparos y todo, pero cuatro años después la sacaron usando la fuerza pública y se tuvo que ir. Gastó su dinero defendiendo su casa”.

La mujer identificada como Sugely no es la única que perdió su “nido”, como dice María Luisa Cauich Cauich, también otras cuatro familias por parte de personas que después de apoderarse de los patrimonio, revendieron los terrenos a gente que construyó casas, oficinas administrativas o talleres mecánicos. 

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Los afectados, ante esta situación, piden al Gobierno del Estado que pare el atropellamiento, ya que no quieren perder su hogar, más ahora que la zona continúa creciendo y modernizándose con el parque “Paseo Henequenes”.

Esta nota fue pensada y elaborada por el equipo de Voces Libres. Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor.

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